Haití: Más Preguntas Que Respuestas

En las afueras de Puerto Príncipe
En las afueras de Puerto Príncipe. Foto por Lolín Menéndez, rscj
En plena ciudad
En plena ciudad. Foto por Lolín Menéndez, rscj
La vida cotidiana
La vida cotidiana. Foto por Lolín Menéndez, rscj
La estatua del Cimarrón Desconocido
La estatua del Cimarrón Desconocido Foto por Lolín Menéndez, rscj
Camino a Verrettes
Camino a Verrettes. Foto por Lolín Menéndez, rscj
Cerca de nuestra casa en Verrettes
Cerca de nuestra casa en Verrettes. Foto by Lolín Menéndez, rscj
Niños de Timoun Tet Ansamn
Niños de Timoun Tet Ansamn. Foto by Lolín Menéndez, rscj

La salida del aeropuerto de Puerto Príncipe hace pensar que las cosas han cambiado. Las carpas que congestionaban cada pulgada de espacio desocupado han desaparecido. Pero, ¿han desparecido de verdad? Camino a la casa de las hermanas aun se atisbaban lonas azules y blancas por aquí y por allá, aunque menos. Al preguntar “¿Dónde se ha ido tanta gente?”, me contestaron, “Ya verás mañana camino a Verrettes”. En efecto, en otros viajes habíamos constatado que muchas personas, cansadas del hacinamiento y la inseguridad de los campos de desplazados, tomaban las cosas en sus manos y plantaban sus chozas en terrenos baldíos a las afueras de la capital. Terrenos que no cuentan con lo mínimo de servicios: ni agua, ni luz, ni higiene. Antes había casas esparcidas por las ladera, hoy, la densidad de albergues nuevos salta a la vista. Surgen las preguntas: “¿Qué pasará cuando los dueños reclamen estos ‘terrenos de invasión’?” “¿Qué consecuencias habrá para la salud cuando las lluvias arrastren los desperdicios y contaminen el agua subterránea que abastece la capital?”

Puerto Príncipe tiene  una herida que no se cura En la superficie, la ciudad parece haber mejorado. Se ven menos pilas de escombros, más solares vacios donde antes había casas destruidas, un esfuerzo de construcción es evidente. Hasta los campamentos de desplazados parecen menos congestionados. La vida sigue, abundante y animada, con negocios y puestos quizás con mas aire de más permanencia que el año pasado. Pero … si no hay tantos escombros, hay más basura. Basura que corre como ríos cuando llueve, arrastrando gérmenes escondidos de cólera y de otras enfermedades.

El sábado por la noche llovió en Puerto Príncipe, regalando un fresco que se agradecía. Las pocas matas que adornan el jardín de la casa se regaban gratuitamente, y se llenaba la cisterna donde se recoge el agua para la casa. Yo, acurrucada en nuestra casa de cemento, no pude evitar sentimientos muy encontrados: disfrutar el fresco y el regalo del agua, y a la vez, sentir impotencia y coraje ante la injusticia hacia los miles de desplazados que pasaban otra noche más con frio, mojados y con poca esperanza del cobijo de un techo.

Para colmo, ese mismo día había leído un artículo en “Le Nouvelliste”, diario haitiano en francés*. Un informe titulado “esos refugios que no refugian a nadie” presentaba los fríos hechos del caos que reina en la situación de la vivienda. Tomando a dos ONG (por su nombre) el artículo expuso la práctica de construir y dar casas sin cotejar información: 44,000 personas han recibido DOS casas – y hablan de ello sin compunción ni remordimiento porque viven en una y alquilan la otra mientras miles aun solo tienen carpas que son jirones más que albergues. Se dice que se han construido 110,000 casas a un costo de 500 millones de dólares. Aún quedan unas 450,000 familias desplazadas. Pero se calcula que en el momento del terremoto había unas 250,000 personas alquilando casas. Por lo tanto, ¿cuántas casas se necesitan en realidad, y para quién?  ¿Es que algunas personas tratan de conseguir una casa sin haber sido propietarios? Hay algo que no cuadra, no hay que ser muy perspicaz para verlo. 

En Puerto Príncipe me impactó volver a ver la estatua del “neg mawon”, el cimarrón desconocido, ese homenaje al esclavo que huyó para refugiares con otros en la montaña y desde esa solidaridad impulsar la revolución contra la colonia. Hasta hace poco no se veía la estatua pues estaba rodeada de carpas. Hoy queda sólo una, como testigo silencioso. Como dijo una mujer haitiana al verle aún en pie después del terremoto: “Neg mawon pap jann kraze”, ”El cimarrón, el hombre libre, no cayó, no pudo ser destruido.” No sólo hablaba de la estatua, esta mujer se refería al pueblo haitiano. 

Al dejar atrás las laderas hacinadas de las afuera de Puerto Príncipe, se podría pensar que se está en  un país diferente. La carretera viaja entre campos verdes de arroz y plátanos, a veces bordeados por ríos. Mujeres cabalgando en burros y hombres  labrando los campos son fotos de  postal. Casas pequeñas, modestas pero "en armonía" con el paisaje, no dejan de sorprenderme por el contraste que presentan a la experiencia de congestión insalubre dejada atrás hace poco... Verrettes es una ciudad pequeña pero muy concurrida, donde se ofrecen servicios (aunque a veces básicos): escuelas, hospital, iglesias, tiendas y funerarias.  Pero el campo atisba por la puerta de atrás. Mientras yo disfrutaba la escena bucólica que formaban un burro y su retoño con colinas de oro como telón de fondo, un joven me sonrió y me pidió que le retratase. Me pregunto si este muchacho está contento con su lote o si sueña con canjear su vida cercana a la naturaleza y a sus riquezas por el ritmo rápido de vida en la ajetreada y congestionada capital. 

Los ojos de los niños de Verrettes brillan con posibilidades, amor y confianza. Disfruté  volver a encontrar a algunos de ellos otra vez durante nuestra visita al proyecto en el que las RSCJ  se han involucrado  desde el comienzo de nuestra presencia en Haití: Timoun Tet Ansamn (Niños Juntos). Asistimos a una de las sesiones semanales sobre valores, y al mismo tiempo les vimos disfrutar de un lugar seguro para jugar y hacer amistad, y recibir un almuerzo nutritivo. Como dice un proverbio haitiano, Pitit se riches malere. El futuro de los niños es la riqueza y la esperanza de los pobres. 

Lolín Menéndez, rscj
Provincia de Puerto Rico-Haiti

“Ces abris qui n’abritent personne” – Le Nouvelliste, 15 mars 2012 ; este artículo ha sido redactado con el apoyo del Fondo para el Periodismo de Investigación en Haití.